Celorio el de Geras
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Entre los papeles, acabo de descubrir esta historia de Jose María Menéndez López escrita allá por el verano del 92. La verdad es que me ha impresionado por la entereza moral de sus protagonistas y, aunque un poco larga, creo que merece la pena su lectura, pues dice mucho de nuestros paisanos y su forma de ver la vida y entender la amistad.
Por un amigo
Celorio vino al mundo antes de tiempo, y vino de culo: su madre lo nació en las tierras, en Geras, y su padre, comadrón por necesidad, hubo de arrancárselo del vientre a fuerza de manos, que las tenía como hierros. De aquello a Celorio le quedó un hablar pausado, la frente desacostumbradamente ancha, unos ojos afilados, cortantes, y cierta singular apariencia de ave zancuda; le quedó también el cuello rígido y un no poder tumbarse para dormir, cosa que hacía de pié en los lugares más insospechados.
Cuando pequeño, le daba por subir a Paradilla, un crestón que dominaba el valle y donde había un albergue para pastores, y gastaba allí las horas mirando el cielo de frente, que hacia arriba no era capaz, o buscando guijarros de colores en los saltos de las torrenteras, para luego cambiarlos por un rato de amistad entre los crios del pueblo.
Un día Celorio hizo cuentas, y contó una treintena de guijarros, los mejores de cuantos poseía: casi un millar. Buscó a Paco, de quien no recordaba un solo insulto, y le ofreció el regalo. El Paco, un chaval de superficie sosegada, desorbitó los ojos al recibir tesoro semejante, hipó de gozo y dio las gracias; no dijo nada más porque so se lo esperaba y porque era pobre y no tenía cosa ninguna con que corresponder. Celorio, por toda respuesta, le tajó entonces una de sus miradas y testó: De muerto, que me entierren arriba, en Paradilla, cara al cielo, que ahora nunca puedo verlo.
Treinta años después, mediada la Guerra Civil, al Paco lo reclutaron para vigilar en las montañas la presencia del enemigo. Una tarde, él y tres más fueron llamados a las afueras del pueblo por el capitán, un tipo ventrudo con trazas de asesino, para componer un pelotón de fusilamiento: iban a ejecutar a Celorio, a quien habían encontrado dormido en la tienda de mando, y como dormía de pie y tampoco supo explicarse, lo acusaron de espía.