El oso de Arbás del Puerto y San Froilán en Valdorria
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EL OSO DE ARBAS DEL PUERTO
Las leyendas y tradiciones arrancan de la fundación de Arbás por el mismo Pelayo, quien en agradecimiento por haber vencido a los agarenos en el puerto de la Mesa, levantó una ermita a la Virgen María con el nombre de Tibi Gracias, apelativo que subsiste; incluso en las declaraciones del Catastro de la Ensenada de 14 de Julio de 1753, el Cabildo Capitular de la Colegiata tiene, entre otros, un prado en Tibi Gracia, cercado de sebe, de treinta heminas.
Dícese que el hospital de la primitiva Colegiata fue fundado en el siglo XI por el conde Don Fruela, hermano de Doña Jimena, la esposa del Cid. [i]La legendaria[/i] cuenta que la fundación del hospital de Arbás se debió a dos infantes hijos de un rey extranjero enviados por su padre a vivir con los ermitaños en aquel solitario lugar en expiación de un crimen.
Arrepentidos, ayudaban a los caminantes. El rey extranjero quiso fundar el hospital, pero se adelantó Don Fruela.
Allí queda patente el testimonio de la leyenda de Arbás del Puerto. Al flanquear la puerta de acceso a la iglesia hay dos modillones en piedra representando [i]un oso y un buey[/i], el oso y el buey de la leyenda.
Los canónigos agustitianos acarreaban la piedra rosada de grano desde el Pico de los Tres Concejos por el camino de Pendilla a Arbás y por el camino de Nuestra Señora de Tonín a Arbás para construir el hospital.
Empleaban la carreta celta, cantora, de eje unido a las ruedas y untado con tocino y con salgueira para que el carro cante. Los carros cantores se oían por los valles como un encanto en el paisaje; ni el más sofisticado automóvil moderno lleva incorporada una música tan subyugadora como los carros centella.
Al yugo, uncidos, tiraban del carro centella la pareja de bueyes. El oso, el temible oso totémico de los peregrinos, mató a uno de los bueyes y el canónigo Pedro lo castigó a ser uncido con el otro buey para acarrear la piedra con que fue construido el hospital.
Así queda el testimonio legendario esculpido en la piedra imperecedera para solaz de los caminantes que entran en este templo a visitar a la Virgen de Arbás.
Este monumento a la fe es como el último suspiro del románico leonés, de época de Don Alfonso IX, tan bello como si estuviera hecho por mano de ángeles.
SAN FROILÁN Y VALDORRIA
Esta leyenda del Oso de Arbás me recuerda la que se cuenta del obispo Froilán en sus años de eremita en Valdorria, donde construyó una pequeña ermita en lo más alto e intrincado del monte. El acceso a la mencionada ermita se hace por un sendero sinuoso al borde de precipicios impresionantes. El paisaje es sobrecogedor y de una hermosura sin igual. Está claro el buen gusto de Froilán, pues debio de pensar que de encontrarse con Dios, tendría que ser en un lugar como aquel de los montes de Valdorria. En fin, que Froilán, según cuentan, se valía de un mulo (no estoy muy seguro si era mulo, mula, yegua o jumento, pero se entiende) para acarrear las pesadas piedras por el intrincado sendero. Pero un día, el lobo -tal vez atacado por el hambre y con menos vocación por el ayuno que Froilán- atacó y mató al animal, quedándose la empresa del eremita comprometida para su finalización. Así que, lógicamente cabreado, el que luego sería santo se dirigió al lobo, le recriminó la acción que acabó con el servicio del buen mulo y su trabajo para la obra de santificación que se había propuesto llevar a efecto y le obligó a sustituir al mulo muerto y realizar su trabajo hasta concluir la construcción de la pequeña ermita donde se recogería para hacer penitencia y meditar.
No sé si terminaron siendo buenos amigos el lobo y el candidato a santo, pero imaginando la determinación y la manera de convencer de Froilán para imponerle semejante penitencia, me da a mí que al lobo no le haría ni pizca de gracia el negocio.
Me ha gustado recordar esta leyenda y aprovecho para recordar que Valdorria sigue allí, impresionante, en la ladera del monte que se abre a un valle espectacular. Un paseo por Valdorria para rememorar las andanzas de San Froilán y los trabajos del lobo, merece la pena.
Asagüeiro.
Salud.