La Fuente de Faya o la del hilo de oro
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La leyenda de Santa Lucía y su fuente nos lleva también al mundo de las xanas o janas, tan apegadas a sus mágicas fuentes y sus tesoros; pero ésta tiene algo especial que parece remitirnos a un xano o jano, lo cual resulta increible y novedoso en el mundo de la mitología, de cuya existencia tenemos noticia precisamente en nuestra comarca de Gordón y la hace, además de interesante por lo hermoso del relato, importante por su significado documental. A partir de esta leyenda hay que replantearse el mundo mágico de estos personajes apegados al agua de los ríos y fuentes.
Se cuenta, aunque es una tradición que parece estar prácticamente perdida, que en Santa Lucía había una joven pastora que acudía a la fuente de Faya a colmar su sed en las horas más calurosas del verano, una vez recogido el ganado. Cada día, la joven escogía la frescura de la cueva que hay un poco más arriba para pasar la hora de la siesta. El lugar, armado por las paredes verticales de la estrecha hoz que lo recorre, ofrece un apacible refugio. Cuando el sol declinaba un poco, ella bajaba hasta la fuente que se abre en la grieta de la roca.
La pastora, acunada por el murmullo del agua de la fuente, soñaba los sueños propios de las adolescentes, sobre todo sueños de amor, mientras el agua manaba rumorosa a la luz después de haber recorrido quién sabe qué recónditas oquedades.
Un día ocurrió que entre las rocas de la fuente apareció el comienzo de un hilo de oro que refulgía entre las cristalinas y frías aguas. La sorpresa inicial de la pastora dió paso a su curiosidad y decidió coger un palo y bobinar el hilo de oro.
Se dice que estuvo un buen rato bobinando y bobinando poco a poco y con suavidad, a medida que el hilo iba saliendo de la fuente. Pero, según parece, tal vez cansada de no encontrar el final del hilo, decidió cortarlo. Hay quien dice que lo rompió para seguir bobinándolo en otro palo, ya que el primero estaba repleto. El caso es que, una vez cortado el hilo, todo lo que había bobinado se convirtió en un sencillo hilo de bramante y oyó una voz que llegaba envuelta en el rumor del agua desde el fondo de la grieta rocosa lamentándose por lo ocurrido, porque si la pastora hubiera tirado un poco más, el hilo de oro hubiera sido suyo. También, quienes todavía lo cuentan -y ahora lo contamos nosotros- dicen que la voz era masculina, bien modulada y dulce, y que era la voz de un príncipe moro que se había quedado encantado, tal y como les ocurrió a muchos otros por estas tierras, bien en forma de piedra, árbol, río, fuente o pájaro.
La pastora contó lo ocurrido y la gente pensó que el agua estaba envenenada, así que llevaron un cordero para que bebiese; el cordero bebió el agua, pero no se murió, tal y como esperaban los vecinos.
El tiempo fue pasando y muchos se olvidaron de lo ocurrido, pero las jóvenes o mozas de Santa Lucía no lo olvidaron y, movidas por la esperanza de encontrarse con el apuesto príncipe que allí moraba encantado, iban hasta la fuente de Faya a beber agua.
El tiempo siguió pasando y las mozas que acudían al lugar del manantial lo hacían porque deseaban encontrar el verdadero amor.
Pero, ¿si el hilo de oro volviera a aparecer? Tal vez el príncipe o xano que allí habita encuentre otra moza o joven digna de su amor que tenga la paciencia necesaria de bobinar todo el hilo y rescatarlo de su encantamiento. Esperemos que así sea.