La jana encantada de la Fuente de La Vallina
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LA JANA ENCANTADA EN LA FUENTE DE LA VALLINA.
En Gete, el largo valle que sube desde el pueblo a la gran collada se desliza entre el verdor de los prados con chopos a su vera que parecen centinelas en el paiseje. A medio kilómetro del pueblo asciende un camino pedregoso entre la pradería hacia el Abesedo, donde en invierno no se atreve a entrar el sol y silba el viento batiendo las ramas de los abedules.
El ulular del viento produce unos sonidos extraños y dicen las gentes que son los lamentos de las janas. Janas en los arroyos y en el bosque, en las fuentes que apagan la sed de pastores y segadores.
En verano cambia el panorama. Las praderías esmeralda ofrecen sus norios coloreados por los celegrines y negrean las moras y por encima de los abedules se puebla el monte bajo de arandaneras de dulce fruto.
Pues allí está la fuente de la Vallina, con agua tan transparente que se ve el fondo de guijarros con una limpieza extraordinaria. Tan fría es la fontana que no se resiste introducir las manos más allá de un minuto; a la misma temperatura que la fuente del puerto de Sancenas, a 4'6 grados centígrados.
En esta fuente cuenta la leyenda que vive una jana, que vaga por el lugar expiando un pecado de amores. Es muy rica en gargantillas de oro y pedrería de la fina, porque a la tía Periquita le llenó el mandilín de canicas y le dijo que no las mirara antes de llegar a Gete, que si contravenía su mandato se le convertirían en carbones.
Y así fue. La tía Periquita, como era tan curiosa, miró el mandilín cuando bajaba por las Vegas del Barrero y observó que eran carbones de roble y no creyó en la jana.
Pero cuando llegó a casa, en la cinta del mandilín encontró una onza de oro y entonces comprendió que aquella moneda no la había visto antes. Y claro que era verdad el encantamiento, que si no hubiera mirado el mandilín todas las canicas se habrían convertido en onzas de oro. Por eso tenía la tía Periquita aquella onza de oro de las peluconas de Carlos III.
Y cuando canta el chotacabra entre cada uno de los graznidos se oye tenuamente el lamento quejumbroso de la jana de la fuente de la Vallina.
La jana se deja ver sólamente una vez al año y ocurre en la noche de San Juan, a las doce en punto. Dicen que es bellísima y que sus cabellos rubios brillan a la luz de la luna y que entregará sus amores al mozo montañés que la desencante dándole a beber agua de la fuente de la Vallina en el cuenco de la mano.
El tío Gabriel, cuando en otras épocas era mozo de gran estampa, se fue a buscar la jana de la fuente de la Vallina en la noche de San Juan cuando los mozos del pueblo se entretenían en encender la hoguera y enramar las ventanas de las mozas casaderas. El tío Gabriel había pasado el día segando hierba en las Espinillas y en el alto de Cantorios, y como estaba muy cansado se durmió y no pudo ver a la jana.
A la mañana siguiente halló el peine de cuerno de castrón que la jana se dejó olvidado junto a las aguas cristalinas de la fuente de la Vallina.